De montañas rusas y hielo

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A menudo, mi madre me pregunta si soy feliz así.

Teóricamente, ella todavía no sabe nada de mi relación con H., y menos todavía que es algo consentido. Pero a veces me hace dudar, sobre todo cuando lanza este tipo de preguntas.

Me encantaría contestarle que sería mucho más feliz si ella lo supiera, pero sé que nunca lo aceptaría y que la destrozaría si se lo digo.

Me gustaría explicarle lo complicado que se hace en muchas ocasiones la rutina, pero cómo esas pequeñas alegrías alivian el peso que se acumula día tras día.

Me sentiría mejor si pudiera contar con su consuelo cuando no estoy bien, y poder contar al menos con su consejo. ¡Y mejor todavía si pudiera contarle las cosas buenas!

Me haría un poco más feliz que, en momentos de saturación, pudiera hablar con ella sin tapujos.

Pero son todo cosas que nunca he podido hacer con ella, porque me enseñó a no mostrar los sentimientos para hacerme más fuerte de lo que (no) era. Y ahora, a la vejez, sinceramente, si superara la vergüenza de dar un paso adelante para hablar de mis emociones, no sé si la mala costumbre me dejaría mostrarme tal y como soy.

Fuera de casa, una montaña rusa de emociones en constante movimiento. Dentro, un bloque de hielo.

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