Pequeños gestos

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Hay ocasiones en las que te sorprendes gratamente con cosas que parecen no tener importancia. Y es que el gesto más pequeño o insignificante puede contener la mayor grandeza que las palabras no alcanzarán a expresar. ¿Zitta moñas? Pues un poquito, la verdad.

Hacía casi tres meses que estaba esperando el temido momento de encontrarme cara a cara con los padres de H. Ahora, con toda la razón del mundo, me preguntaréis por qué. Pues bien, pese a haber hablado por teléfono, no nos habíamos visto desde que H le contó lo de nuestra relación: les dijo que también estaba conmigo y que desde que estoy viviendo con ellos habíamos estado juntos. Y bueno, en un primer momento fue algo extraño según me contó H más tarde, pero intentaron aceptarlo y digerirlo como pudieron. Tres meses es un tiempo prudencial, o al menos eso pensamos, para que pudieran hacerse mínimamente a la idea sin que el primer encuentro fuera chocante.

El aspecto social es una de las primeras cosas que siempre he tenido en mente y más me ha preocupado de cara a mi entorno. No solamente por la familia, sino también por el trabajo, que es el que hay y cuando explicas cosas que a la gente no le terminan de cuadrar te quedas con cara de gilipollas como si les estuvieras contando una mentira. En realidad no lo es, sino que omites cierta información hasta que empiezan a preguntar, y ya no sabes si contestar con la verdad, o eludir la conversación. Una de las situaciones más tensas que viví fue cuando H y R se casaron. Yo estaba trabajando como personal externo en un colegio de monjas, y claro, ¿cómo explica una que en el justificante que aportas del juzgado aparezcas como testigo de la boda del que supuestamente es tu pareja? Mira que me dieron caña con el tema de que ‘me tenía que casar porque vivía en pecado’ y respiraron aliviadas cuando aparecí con mi famoso anillo que ahora llevo siempre en el pulgar, creyendo que finalmente se oían campanas de boda. Al final, pudimos solucionar el tema de la boda de H y R pidiendo un justificante en el que no aparecían sus nombres (sobre todo el de H, que ya lo conocían). Me comí la cara de póker de mi jefa, por supuesto, pero al menos no perdí mi empleo, que tanta falta me hacía entonces.

A más de uno le parecerá una tontería este tipo de detalles, pero más de una vez he sentido que me jugaba muchas cosas con esta historia. De hecho, una de mis primeras consultas a un grupo de poliamor (de cuyo nombre mejor no nos acordaremos porque vaya tela con la respuesta piojosa que me dieron) fue cómo gestionaba la gente precisamente ese aspecto social. Al recibir un muro de hormigón como respuesta, dejé de creer que realmente hubiera siempre buenas intenciones de apoyo en esos grupos. Ahora me da un poco más igual, pero también es cierto que intento escoger entornos de trabajo donde mi vida privada no tenga tantísima importancia.

Dormí como un lirón la noche antes del encuentro con los padres de H. Demasiado trabajo, demasiadas vueltas a la cabeza intentando distraerme con las cosas de la casa y por fin, en un momento de la tarde, durante una partida los tres con la enana, que estrenaba un juego de mesa, mi cerebro desconectó. Se apagó. Dio luz verde a la calma y en cuanto me tumbé en la cama para responder unos mensajes al móvil, me vino todo el cansancio al cuerpo. Desperté a la mañana siguiente y todo fue muy rápido hasta que los tuve frente a mí. Los padres de H se mostraron cordiales en un primer momento, y su hermano un poco más cortado por la situación. Los primeros minutos fueron algo tensos, pero cuando estábamos entrando en el IKEA para comprar unas cosas que necesitábamos para la casa, el padre de H aprovechó que estábamos apartados y cuando estábamos entrando por la puerta giratoria, me cogió de los hombros y me estrujó. Recuerdo que dijo algo que sonó como un ‘bienvenida a la familia’, pero no consigo acordarme de las palabras exactas. Y respiré. Si bien es cierto que mi relación con el padre de H siempre ha sido muy fluida porque conversamos bastante y aunque ellos no supiera nada siempre me han tratado como si fuera de la familia, resultó un alivio saber que por su parte todo iba a seguir siendo igual. Fue un pequeño gesto que cambió no solo el día, sino todo lo que será nuestra vida a partir de ahora.

Los pequeños gestos de aceptación se fueron vislumbrando a lo largo del día, como con un ‘eres de la familia’ (sin abrazos pero igualmente emotivos). Estaba tan contenta que hasta se me hizo corta la visita al IKEA, cosa muy extraña en mí, que odio ir allí de compras con H. Ya sabía que nada iba a salir mal y que todo iba a ser como siempre.

La enana todavía lo está procesando. Se lo dijimos los tres hace un tiempo, justo antes de mudarnos, pero temía que me rechazara en un primer lugar. Todavía no comprende el aspecto sexual de la ecuación y por eso quizá es más fácil de digerir para ella. Me conoce desde antes de tener uso de razón y para ella soy una más de la familia, pero hay aspectos que todavía escapan a su entendimiento. Tal vez el tiempo dirá si realmente acepta que nos queramos de esta forma y ojalá nunca sea objeto de burla por ello.

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