Sentires, quereres, libertad…

loving more

La gente se quiere de mil maneras distintas. Sí, ya lo sé, no hace falta un master para darse cuenta de esto. Sin embargo, ha sido un mes en el que he reflexionado mucho acerca de las maneras de querer.

¿Estamos predestinados a vivir la vida con alguien para siempre? Ya está sobradamente claro que esto no es así. Que hay miles de relaciones, y que cada cual las enfoca como le da la gana. Pero, ¿y si es cierto que estoy centrando mi atención exclusivamente en un tipo de relación más enfocada a lo romántico-afectivo? Es decir, tal vez hablo demasiado de aquello que tradicionalmente entendemos como “relaciones de pareja” y obvio en exceso otro tipo de relaciones no por ello menos frecuentes ni menos importantes. Tal vez esté pecando de lo que yo misma he manifestado en otros post.

Existe otro tipo de relaciones, sí. El abanico es cojonudamente inmenso. H y yo, sin ir más lejos, hace unos años entablamos una relación sexoafectiva increíble con otras personas. Formamos una especie de vínculo que iba más allá de lo sexual, pero muy distinto a una relación “de pareja” como la que tenemos H y yo. Mucha complicidad, sí, pero también mucho cariño y mucho respeto hacia el otro. Y hay mucha otra gente que tiene vínculos semejantes con otra, o incluso con varias personas. Es alucinante lo que se puede llegar a conseguir, afectivamente hablando, cuando dejas que los sentimientos fluyan en completa libertad. Lo malo, muchas veces, es que tenemos miedo de que eso ocurra. ¿Por qué nos da miedo sentir? No, no creo que sea un problema de aceptar o no lo que sentimos. Creo que más bien nos da miedo ser libres y manifestarlo. Sentir con libertad, ¡menudo hype! Sentir y querer con coraje, ¡qué cosa más bonita!

Nos enseñaron desde pequeños a vivir en un mundo cuadriculado, en el que has fracasado si todo el cariño que profesas a una persona, sea de la forma que sea, no es correspondido: hay miles de relaciones que, a lo largo de nuestra vida, nos enriquecen, nos completan y nos enseñan cosas, aunque no todas ellas suponen finales felices. Y a veces, cuando escribo, caigo en el error de hablar de ellas como relaciones de pareja. Parte del problema, creo, es que aprendimos a sexualizar las relaciones al máximo, con lo cual se tienden a estancar en lo que la sociedad define como relación romántico-afectiva, monógama, heterosexual y con un fin reproductivo. Todo lo demás, por mucho que nos pese, está en muchas ocasiones discriminado, infravalorado en cierta forma, ya sea sexual o no, ya que no se deben meter en ese mismo cajón porque no forman parte de él.

No es mi intención dar un discurso pro-anarquía emocional, sino manifestar la importancia que otros tipos de relaciones tienen en nuestras vidas, y la felicidad y libertad que se pueden experimentar al explotarlas al máximo. Tal vez nos falta un poquito de valor, un mucho de libertad y toneladas de ganas de sentir sin miedo alguno.

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