Anoche estaba tumbada en la cama sin poder dormir y empecé a pensar (cosas del insomnio) en lo que ya había escrito en el blog. Analizando y repasando mentalmente cada uno de ellos, me di cuenta de que hasta ahora solo había escrito entradas en un tono muy negativo. He comenzado hablando de las experiencias negativas muy por encima de las positivas. Sin embargo, lo cierto es que, aunque no lo creáis, lo mejor de mi vida también ocurrió dentro del ambiente liberal.

Conocí a H. a través de una página muy popular de contactos liberales. Aunque no todo fue inmediato, sí que ocurrió muy rápido, pese a que mi sensación era distinta porque cada día que pasaba sentía más curiosidad por saber realmente cómo era en persona. Por aquel entonces yo estaba pasando una temporada fuera de Madrid por motivos de trabajo, pero iba de visita de vez en cuando. Tardamos un mes y medio en conocernos, y unas pocas horas en besarnos y acabar follando en su casa. Desde aquella noche hasta que definitivamente me mudé con él pasaron tres meses escasos.

H. ha aportado siempre ese contrapunto que a mí me faltaba, tanto en el plano sexual como en el intelectual: ese hacer las cosas con tacto y elegancia, la cercanía con el otro, el disfrute de una conversación larga y tendida con una nueva pareja o la búsqueda de la complicidad entre nosotros. Yo, por el contrario, siempre he sido más visceral, directa y sin rodeos. Y lo curioso es que pese a ser personalidades casi opuestas, hemos ido poco a poco complementándonos, aunque no ha sido fácil.

Ser liberales nos ha aportado mucha vida interior como pareja, y lo seguirá haciendo. Hemos pasado por momentos buenos y también malos. Hemos crecido poco a poco, y no siempre ha sido un camino de rosas ni una sucesión de bacanales desenfrenadas. Hemos conocido a gente maravillosa e inolvidable y a gente a la que ni queremos nombrar delante del otro. Pero lo que sí está claro, en definitiva, es que todavía nos queda muchísimo camino por recorrer.