¿Os he contado alguna vez el cúmulo de sensaciones negativas que experimentaba al pensar en lo que a la gente se le pasaría por la cabeza al saber de mi relación?
Al principio, pese a que dentro de casa la situación nos era muy normal, no dejaba de sentirme muy extraña cuando salía por la puerta de casa. Eran pequeños detalles que iban sumando: me costaba darle la mano por la calle a H., o que me besara cuando paseábamos por nuestro barrio. Las primeras personas con las que lo hablé, que en cierta forma me eran cercanas, me aconsejaron salir por patas de donde estaba, totalmente convencidas de que aquello que yo estaba haciendo no era lo correcto. Incluso yo misma tenía una sensación de culpabilidad muy jodida de aplacar. Me sentía, en resumidas cuentas, 24/7 haciendo algo malo, algo que iba contra natura, y mi reacción natural ante todo aquello … Y sin embargo, estaba enamorada hasta las trancas de H. Vivía mi vida con la más absoluta precaución por miedo a que todo se supiera, porque definitivamente, aquello no era normal. No al menos para vivirlo yo, es decir, era como un sueño inalcanzable para mí que solo otros afortunados podían permitirse.
Reflexionando un poco acerca de los sentimientos encontrados ya con un poco más de distancia encuentro que hay algunas barreras que todavía no he superado. ¿Y por qué narices me siento así, como si a veces la conciencia se me cargara de culpa, si lo único que he hecho en toda esta historia es intentar amar sin límites? Podría razonar a lo simple y decir que la culpa de todo es de la sociedad y la hipocresía que habita en ella, pero en realidad es más mía que de nadie, le incomode a quien le incomode: a veces nos escudamos en el mal mayor para enrocarnos en la idea de que no es posible cambiar el curso de las cosas porque ya están demasiado ancladas en nuestra sociedad. Pero joder, nenas. Nuestras abuelas y bisabuelas lucharon para que hoy pudiéramos tener derecho a cosas que hoy son tan normales; nuestras madres lucharon para sacarnos adelante mientras compaginaban la labor de ser madre con el trabajo y se ganaron un lugar en el mercado laboral. ¿Qué narices nos impediría cambiar a nosotros el curso de la corriente? Y, lo que es más preocupante, ¿por qué, con lo convulsa y en constante cambio que parece nuestra sociedad, nos sentimos tan cómodxs con unos principios auto-impuestos que no se ajustan a la idea de felicidad que sostenemos? Pues somos nosotros mismos los culpables. Soy yo la principal culpable de sentir que hago mal en vivir con intensidad una relación que, en muchos casos, no es ni siquiera que no esté bien vista, sino que la gente desconoce por completo que se pueda querer así.
Desde esta nueva perspectiva donde cada día aprendo a dejar atrás toda la lastra que supone vivir encorsetada en unos ideales y principios morales que no reflejan (o incluyen) mi realidad, expreso la necesidad imperiosa de que no le ocurra a nadie lo que me ocurrió a mí: ese vivir con miedo a que la gente se entere de una realidad que no es mala, sino diferente a lo mainstream, o ese sufrir por pensar que se tiene más a perder que a ganar.