Es fácil viajar de un extremo a otro en cuanto a las opiniones sobre tipos de relaciones que son nuevos. La mayor parte de la gente, sobre todo de círculos que no están en contacto con más información que la que reciben de medios cuestionables, cree que los términos ‘poliamor’ y ‘tóxico’ no pueden ir de la mano en la misma frase. Normalmente, este tipo de creencias va acompañada también de la idea de que el poliamor es una especie de ‘tipo de relación de carácter superior, carente de los problemas que atenazan las relaciones convencionales’.
Pero ya os he dicho que eso es muy mentira y mucho mentira.
Esta miniserie de posts no sirve para otra cosa más que para apoyar esta idea que me gustaría desapareciera del ideario (al menos del) de la gente que simpatiza con el poliamor.
En este breve post de hoy, intentaré explicar un ejemplo de toxicidad: cómo la adaptación puede ser un proceso doloroso y convertirse en tóxico si no se encara de la forma adecuada. Quiero recordar que escribo siempre desde el punto de vista de una persona, o como diríamos, de la persona que se ‘agrega’ a una relación existente. Puede ocurrir en otros contextos y en otras situaciones diferentes, estoy muy segura de ello; sin embargo, yo solamente puedo hablar desde mi posición, que es la que conozco. Y sí, sé que suena feo eso de ‘ser la agregada’, pero me refiero al hecho de que una persona nueva entre a formar parte de una relación existente.
La mencionada pareja, o relación existente, ya posee unos hábitos y rutinas comunes por lo general antes de que el nuevo integrante se acople a su modo de vivir las relaciones. Cuando empiezas a salir con alguien supongo que te acabas dando cuenta rápido de esto: esa persona a la que quieres tiene una manera de gestionar las relaciones muy particular, maneras de afrontar las situaciones y la vida en general, sumándole además la marca de otras relaciones anteriores que en muchos casos también se hace presente en una nueva relación. Todo esto forma parte de la visión general que cada uno en su individualidad se ha forjado acerca del mundo de las relaciones, ya sean de forma individual o a base de experiencias previas.
En mi caso, era entrar en un universo totalmente desconocido para mí: había que lidiar con hábitos y costumbres de convivencia en pareja que ellos ya habían establecido. Y con una pequeña de – por aquel entonces – solo tres años. Yo jamás había convivido con mis anteriores parejas salvo los 4-5 días de rigurosa visita para el que era de fuera; ni mucho menos había tenido hijos o experiencia previa con niños. Además, algo que siempre ha sido siempre valiosísimo para mí, la intimidad, costaba mucho más encontrarla al vivir dentro de un nuevo núcleo familiar. Como veis, la experiencia de la adaptación prometía en un principio.
Me costó horrores, por no decir batallas internas y dilemas morales constantes, preguntándome si estaba bien renunciar a esa parte tan importante del YO que supone la propia intimidad. Oye, y hasta hacer frente a la dieta y a los horarios de comidas fue espantoso para mí, que ya estaba muy habituada a otras formas de racionarme la comida (sé que suena estúpido, pero recuerdo que enfermé del estómago varias veces en el proceso). También la enana tenía sus horarios que a todos les habrá costado asumir, y no te digo a mí, que jamás había convivido con niños pequeños porque siempre he sido la mayor y me llevo unos pocos años con mi único hermano. Era necesario hacer piña con los grown-ups, los mayores, y convivir (o intentarlo) asumiendo que aunque por defecto H. es muy paternal y nos cuida mucho a las tres, me tocaba asumir ese papel de adulta que nunca había tenido obligación de adoptar.
Ahora ya sé cómo son las cosas y qué necesidad real de intimidad hay que respetar y pedir que sea respetado. Finalmente hemos encontrado un buen equilibrio en ese aspecto. Lo malo viene cuando es imposible encontrar el término medio en todas las partes, cosa bastante recurrente cuando hablamos de convicciones e ideales. También ocurre cuando solo es cosa de dos, por supuesto, pero cuanto más personas se agregan a la ecuación, más puede desestabilizarse emocionalmente el vínculo cuando existen problemas de este tipo.
Lo sé: llevaba mucho tiempo sin escribir y muchos os esperabais un megapost el doble que el de los celos, pero sinceramente, vuelvo a creer en la efectividad de las pildoritas pequeñas y los post cortitos frente al pildorazo que os metí a principios de verano (y que a alguno os dejó indigesto). Es bueno también para mi cabecita desordenada a la hora de explicar cosas que me parecen importantes, así que espero que lo hayáis disfrutado. El siguiente post no se hará de esperar tanto como el de hoy. Prometido.