COMPLETAR O ENRIQUECER, SUMAR O RESTAR

sumar y restar

No recuerdo mi infancia en familia como un torrente de enseñanzas que marcaran mi vida (ni mi salud) emocional, pero es cierto que mi madre, en algunas ocasiones, soltaba algunas perlas que no tenían desperdicio aunque entonces no las interpretara bien y que ahora recuerdo con mucho cariño. Yo tampoco soy la misma de entonces y desde aquellos días, me he visto obligada a cambiar el chip constantemente, fruto de mi carácter emocional tan aventurero. El caso es que, cuando tenía unos dieciséis años, me eché mi primer novio. Mi madre, con gesto grave, en una de las muchas charlas que desde entonces tuvimos, me dijo: “Tal vez no es el mejor momento para echarte un novio tan mayor, que te obliga a tener una relación seria siendo tan joven. Primero tienes que aprender a ser tú”.

Ojo cuidao. Por aquel entonces me tomé ese comentario como parte del típico discurso de madre histérica que no quiere que su hija tenga novio, y menos si es doce años mayor. Pero (negaré haberlo reconocido) dio justo en el clavo. Primero tienes que aprender a ser tú. Ahí está la clave. Evidentemente, como mi subnormalidad no me permitía tampoco pensar mucho más, yo le contesté algo así como: “Yo ya soy yo y él me completa” pero en versión teenager desesperada por tener novio.

Pero es que, mirándolo desde una perspectiva diferente, mi vieja tenía toda la razón del mundo. Y mira que partimos de la base de que mis padres son una pareja muy tradicional y con costumbres muy arraigadas. Mi madre quería que aprendiera a ser una naranja completa, una persona entera, sin necesidad de que otra persona me ‘completara’. Eso me parece, a día de hoy, de lo más inteligente. Antes no lo veía. Estaba acostumbrada a vivir en un mundo donde nosotras éramos más si teníamos pareja. Y digo ‘más’ cuando en realidad quiero decir ‘algo’. Por otra parte, no estaba bien ir sola por la vida, porque si lo hacías, es que eras una persona horrible porque nadie te aguantaba o no tenías los huevos que hacían falta para aguantar a un tío. Claro, ahora lo recuerdas y te echas las manos a la cabeza.

Antes de que esto se convierta en un discurso feminista, evitemos las hostias que me puedan caer, y esta vez con razón, por hablar de lo que no sé (últimamente no gano pa disgustos) y centrémonos en las ideas fundamentales de este post: la unicidad y la soltería. Como ya hemos visto en post anteriores, la idea del amor moderno sigue en muchas ocasiones anclada en esos mitos del amor romántico que se han ido gestando a través de siglos. Concretamente, el mito de la media naranja no iba a ser menos: la idea de que somos seres imperfectos e incompletos hasta que encontramos nuestra media naranja ya se encuentra plasmada en El Banquete de Platón.

Tras mucho pensarlo, al fin Zeus tuvo una idea y dijo: «Me parece que tengo una estratagema para que continúe habiendo hombres y dejen de ser insolentes, al hacerse más débiles. Ahora mismo, en efecto -continuó-, voy a cortarlos en dos a cada uno, y así serán al mismo tiempo más débiles y más útiles para nosotros, al haber aumentado su número”. Así pues, una vez que la naturaleza de este ser quedó cortada en dos, cada parte echaba de menos a su mitad, y se reunía con ella, se rodeaban con sus brazos, se abrazaban la una a la otra, anhelando ser una sola naturaleza […]

Efectivamente: en la parte del discurso de Aristófanes, Zeus, con sus dos huevos bien puestos, decide cortar en dos al ser humano para que necesite de su otra mitad para sentirse completo y feliz. Sin esa otra mitad, la perfección es absolutamente inalcanzable para el ser humano. Y yo me pregunto: ¿es necesario realmente encontrar a otra persona para completarte? ¿No es acaso una excusa que utilizamos en la modernidad para alojar nuestras frustraciones y nuestra infelicidad? ¿Tan indispensable es vivir la vida con pareja cuando hay miles de personas que se sienten felices y completas viviendo sin ella?

De repente, alzo la vista para alejarme de la pantalla del ordenador y pienso un poco antes de seguir escribiendo: el ser humano es tan jodidamente cruel consigo mismo que hasta para los asuntos del amor necesita buscar la perfección. Lo peor de todo es que se vincula esa perfección que se busca a la plenitud emocional, traducida en felicidad. Tal vez por ese lado surjan todas las frustraciones e infelicidad en las relaciones de tipo romántico, o tal vez solo sea un añadido más al cóctel de problemas que puede haber al juntar dos (o más) egos. Sinceramente, la realidad del amor va mucho más allá de dos piezas que encajan por arte de magia, del ‘eres lo que he estado esperando toda mi vida’. Toda relación necesita de una sólida base de comunicación, de unos ‘cuidados’ de los que nos hemos hartado de leer y/o escuchar en temas referidos al poliamor pero que se nos olvida que en cualquier tipo de relación son fundamentales. Parece que todo eso no tiene valor. Parece que todo es un juego en el que el destino cobra una importancia mucho mayor que el querer y saber querer. Y además, ¿en qué parte de la historia se nos ha olvidado mencionar la importancia de la individualidad? ¿Dónde queda, como mi santa vieja decía, la importancia de saber ser uno mismo como individuo completo frente a la idea de que es necesaria otra persona para completar lo que nos falta? Efectivamente, resulta la excusa perfecta para el no querer ser. ¿Por qué? Porque es mucho más sencillo achacar todos nuestros males a la ausencia de ese ser añorado que nos hace buenas personas.

Y sin embargo, todo el mundo defiende al pie del cañón su individualidad. Nadie quiere ser menos que nadie, sobre todo en lo que atañe a su espacio personal. Pero resulta claramente contradictorio que necesitemos vivir en constante búsqueda de nuestra otra mitad cuando no queremos convertirnos, evidentemente, en dos mitades de un solo ser. Por supuesto, todo el mundo tiene derecho a su individualidad, por lo que la idea de las dos mitades de un solo ser se me antoja también lejana a esta realidad. La individualidad del ser humano, la capacidad de pensar, discernir y tomar decisiones por uno mismo es una de las características más bellas, y a la vez más peligrosas, que el ser humano posee. Sin embargo, la individualidad se puede ver inmersa en un baile de indecisión o de elección según el momento en el que la música suene; es decir, no puede convertirse en un derecho a la hora de tomar decisiones para después transformarse en escudo (una persona) tras el que nos escondemos a la hora de asumir las consecuencias de nuestros actos.

Por otro lado, este tipo de valores que se generan en torno al mito de las mitades del ser humano, chocan abruptamente con la idea de amar a más de una persona. ¿Está el individuo entonces partido en dos, tres, cuatro pedazos que necesitan estar juntos? ¿Qué ocurre a su vez con esas otras dos, tres, cuatro partes que conforman el único ser? ¿Están también divididos y necesitan encontrar a esas dos, tres, cuatro partes para complementarse? Creo que no tiene mucho sentido a medida que analizamos el crecimiento exponencial que supone amar a más de una persona. Las personas, sea en el tipo de relación que sea, llegan a nuestra vida para complementarnos, no para completarnos. No es exactamente lo mismo ser el condimento que nos enriquece y nos aporta cosas nuevas que la mitad de los ingredientes de una receta. Por eso, para mucha gente nadie es totalmente indispensable salvo uno mismo.

Además de todo lo expuesto: ¿dónde cabrían entonces las relaciones románticas que están compuestas por más de dos personas? ¿Qué somos nosotros? ¿Es, por el mero hecho de formar parte de un discurso de hace miles de años, la verdad absoluta e indiscutible? Los amores a más de dos han existido siempre, no son algo moderno ni nuevo, y han estado en las sombras, ocultos ante el resto del mundo. Nunca los hemos visto con tanta claridad como ahora, gracias a muchas personas que se han unido en voces plurales pero defendiendo una misma causa.

Me falta ahora el listo de turno que diría: pero las relaciones a tres no son para siempre. Define, ¿qué es para siempre? Si mañana me atropella un coche y muero sin haber dejado atrás esta relación se consideraría ‘válida’ porque ha respetado mi ‘para siempre’? ¿O por el contrario tengo que seguir viviendo esta relación hasta que muera de anciana para que se reconozca su supuesta ‘validez’?

Y sin embargo, y por mucho que le pese a mucha gente, hay quien prefiere bailar solo y es feliz haciéndolo. Algunos deciden no comprometerse por diversas razones con ninguna persona en términos de relaciones románticas, y oye, por muy raro que parezca la vida continúa.

Estos detalles conforman una nueva forma de pensar que aporta un enfoque distinto a las maneras de amar ‘modernas’, que diría mi vieja. Sin embargo, al mismo tiempo es algo que parece que todavía cuesta aceptar en nuestra sociedad: el hecho de que ni se necesita a otra persona para ser feliz, ni de que nadie es tan necesario en la vida como uno mismo.

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