Yo, tú, ella, nosotros

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Yo no venía así de serie, como muchos habrán pensado.

Yo venía de una familia religiosa de clase media-alta, recibí una buena educación y tuve mi primer novio con dieciséis años. Tenía amigos, mi infancia y adolescencia transcurrieron dentro de lo normal, y sacaba buenas notas en el instituto. Más o menos como cualquier otro hijo de vecino.

Mi primera relación fue larga, mucho más de lo que debió haber sido. Evidentemente, aquello se veía que no iba a acabar en un ‘y vivieron felices y comieron perdices’, pero tampoco me preocupaba en exceso. Follé todo lo que pude, experimenté todo lo que pude e indagué en mi sexualidad lo que la estrecha moral de mi discreto compañero de polvos echados con nocturnidad y alevosía me permitía. Hasta vimos películas porno juntos, no te digo más. Pero no era ningún cuento de hadas, por lo que, cuando le llegó el turno, la relación acabó yéndose al carajo, como todas las demás. Tres relaciones, y en todas ellas no dejaba de sentirme constreñida siempre acompañada de unos preceptos morales que no terminaban de encajar conmigo. Con el último tuve bastante suerte: hasta se aventuró a explorar conmigo un local de intercambio de parejas y algún que otro encuentro sexual. Total, si para él era un chollo que yo le dejara follar con otras tías. Con esa mentalidad, efectivamente, no tardamos mucho en acabar como el rosario de la aurora, y yo que tampoco estaba muy picardeada en el asunto, no ayudaba mucho y terminé jodiéndolo todo. Yo y mi maldita libertad. Para colmo, nos dimos otra oportunidad, porque no habíamos tenido bastante con la primera: no nos dolió lo suficiente, no terminamos de tirarnos los últimos platos de la vajilla a la cabeza.

Mi poly-yo en lucha con mi mono-yo

Cuando ya no nos quedó nada que romper ya me había cruzado con H. en un par de encuentros. Sentía como una especie de vértigo las primeras veces que entraba a su casa, ese miedo a estar haciendo algo que no se debe. Toda yo naufragaba en un mar de dudas. No tenía, como ahora, prácticamente nada a lo que aferrarme, porque durante los primeros meses ni siquiera sabía qué narices era eso del poliamor. Y lo primero que enganché me desencantó enormemente, no porque no fuera válido, sino porque no sabía muy bien cómo contextualizarlo en mi situación. Me hablaban de jerarquías, de amantes… Y yo no quería creer que por haber llegado la última fuera una segundona ni una amante ocasional. Quizá si hubiera tenido entonces acceso a toda la información que actualmente leo a diario, habría evitado hacer daño a mi pareja en muchas ocasiones, por no contar las veces que me lo hice a mí misma o a otros. Uno de mis principales problemas era la gestión de todos aquellos sentimientos negativos mezclados con los celos que se arrebujaban en mi cabeza, para lo que no encontraba vía de escape. ¿Debía contarle todas mis inquietudes a mi pareja? ¿Era preferible que me las guardara yo? ¿Debía aparentar que era fuerte y que la situación no me iba a sobrepasar? ¿A quién debía demostrárselo? ¿A mí misma? ¿A H.? ¿A los demás?

Por aquel entonces me atormentaba siempre la misma idea: me aterraba no ser normal. Quiero decir, me preocupaba no llegar a casarme nunca, ni tener hijos en un futuro, como hacen todas las parejas NORMALES. Pero…¿Quién está capacitado para sentenciar qué es lo normal? Si analizaba mi situación fríamente, no tenía ni pies ni cabeza que me estuviera planteando el matrimonio o la descendencia cuando son cosas que durante el resto de mi vida jamás me habían llamado la atención. Si medimos mi grado de ‘normalidad’ en cuanto a los parámetros de ‘encontrar pareja’ y ‘formar un nido familiar estable y duradero’, voy de culo. Mi vida es demasiado complicada como para reducirla a esas dos cosas. Tengo un trabajo que me gusta, que me hace sentir realizada y con el que disfruto, o al menos lo intento, y tengo una tesis doctoral a medio andar, y al menos otros dos años y medio por delante de estudio y lectura. He entrado en la treintena hace poco y si me autoanalizo, puedo concluir que no tengo necesidad de nada más, y mi pareja no está ahí solo para procrear ni hacer un ‘hogar’, sino porque es parte de mi esencia individual. Nadie me puede hacer sentir una marciana porque haga las cosas distintas a los demás, eso sí, siempre las hago desde el amor (como R. lea esto se descojonará de mí, la muy cabrona).

Después de la tormenta, siempre viene la calma

Ahora, en el presente, vivir dentro de una relación poliamorosa que a su vez es liberal, encuentro que hay otra manera de vivir las relaciones de pareja. No me siento moralmente superior a una persona monógama, porque desde mi punto de vista mi relación con H. (la mía) es monógama 100% pues él es quien tiene dos parejas, pero al menos puedo decir que me encuentro cómoda dentro de ella. Me aporta en primer lugar porque me siento más libre, porque sé que aunque no tengo ni tiempo ni ganas de ir más allá por el momento, tengo la plena confianza de mi pareja; en segundo lugar, porque no necesito basar mi relación en prejuicios de los que he intentado huir durante toda mi vida. En el plano sexual, además, no se me han impuesto limitaciones que constriñan mi desarrollo erótico y, por ende, cada día disfruto de mi sexualidad con más amplitud. Me siento querida, no solo por H. sino por toda esta familia poly, y me ha aportado mucha serenidad después de haber tenido relaciones siempre tan tortuosas. Aunque expresarme me sigue costando en el plano emocional, soy consciente de que cada día lo hago un poco mejor. Me siento una rebelde pero ya he dejado de permitir que me invadiera el sentimiento de culpabilidad por ello. No hago daño a nadie, no tengo una conducta reprochable ni mucho menos, aunque de vez en cuando me guste ser un poco kinky en mi vida privada.

No lo niego: toda esta situación se ha ido normalizando a medida que reflexionaba a ciegas al principio y al final con la ayuda de mis lecturas y mi ‘base teórica’ basada en experiencias de terceros. Para ser poly no se necesita de un manual de relaciones no-monógamas, ni tan siquiera se necesita leer en muchos casos si la persona no está llena de prejucios como, lamentablemente, suele ser normal en muchos casos. Pero a mí sí que me faltaban. Por eso ahora me gusta hablar de este tema con toda la naturalidad que mi propia intimidad me permite.

Detalles culturales

No dejo de pensar en cómo la cultura puede influenciar la manera de vivir las relaciones de cada individuo. Durante todos estos años, como alguna vez he comentado, he leído o he comprobado que hay un vacío cultural importante que no se cubre. Todo el mundo parece hablar del poliamor, mucha gente dice tener relaciones poliamorosas pero pocos tienen dentro de sus relaciones un compromiso realmente vinculante, sino una relación sexoafectiva (que es diferente a una relación amorosa). Con esto no quiero decir que tengamos que mandar a la hoguera a todos los poly que basen su relación en la sexoafectividad. Simplemente, quiero decir que tengamos en cuenta que, como hay muy poca producción de literatura científica, artículos y reflexiones propios de nuestro país, el 90% de producción acerca del poliamor nos llega a través de otras vías, otras culturas. Los modelos que nos llegan de Estados Unidos llevan una gran carga cultural: la manera de entender las relaciones, es decir, la cultura relacional, en algunos casos no es parecida a la nuestra porque, por poner un ejemplo, el concepto de «compromiso» se puede llegar a vivir de forma muy distinta. Por eso no es extraño que en nuestro país haya casos de poliamor de todo tipo: los que han recibido influencias interculturales antes o durante la consolidación de su relación poliamorosa, los que pese a esas referencias han construido su propia identidad y su forma de interrelacionarse y los que como yo, caímos en una relación de este tipo sin tener ni idea de estos conceptos.

Estereotipos

A pesar de lo que muchos puedan pensar, los estereotipos también alcanzan las relaciones poliamorosas. De una o de otra forma, sobre un concepto que es aparentemente muy joven, se han ido formando estereotipos muy dañinos formados en muchas ocasiones desde los propios prejuicios de las personas. A veces son tan perturbadores que realmente pueden llegar a influenciarte de forma negativa. El primer golpe a mano abierta fue dentro de la propia comunidad swinger, a los pocos meses de comenzar nuestra relación. Dentro de la comunidad swinger ya nos conocían, a H. con R. y a mí como single. La primera reacción fue preguntar qué había pasado con R., y cuando comenzamos a explicar el tipo de relación en el que estábamos, llovieron los comentarios. Hubo algunos más positivos, otros que lo intentaron, y finalmente los que se nos echaron encima. ‘Este tipo de relaciones es imposible porque es difícil amar a dos personas a la vez’, prima hermana de ‘este tipo de relaciones es imposible porque yo no me veo capaz de tener dos parejas al mismo tiempo’, fueron dos de los comentarios más repetidos. Luego estaban los que acabaron insultándonos o malinterpretándonos y montándose sus historias de cuernos y amantes prohibidos en la cabeza. Nos deben recordar con bastante amor, puesto que los últimos rumores que han corrido entre parte de la comunidad y me han llegado es que H. y yo lo hemos dejado. He de decir que el amor es mutuo, al menos por mi parte.

Bien, si pregunto entre los lectores que si ser complicado = ser imposible, la mayoría me dirá que no tiene nada que ver. Es cierto que de por sí una relación ‘estándar’ es complicada, y mientras más gente haya involucrada en la relación, probablemente más se complique la historia, puesto que habrá muchas más personalidades, muchos más sentimientos y muchas más emociones que gestionar. Cuando no tienes ni idea de qué va la historia, acojona, eso sí, pero poco a poco te vas dando cuenta de que todo es mucho más sencillo de lo que la gente se plantea cuando oye por primera vez el concepto, pero requiere grandes dosis de esfuerzo y paciencia a la hora de comunicarse. En mi caso, por ejemplo, como soy una pésima comunicadora (cualquiera diría que trabajo en este campo), se me hizo y todavía se me hace muy cuesta arriba expresar mis emociones, y eso es un problema cuando se trata de gestionar este tipo de relaciones. Es necesario ser todo lo transparente y claro que uno pueda para que la relación prospere.

¿Y vivís en una comuna? Otro de mis estereotipos favoritos, éste un poco más simpático que el anterior. Pues evidentemente, no. Quien bien me conoce sabe perfectamente que no es mi estilo, aparte de estar equivocando conceptos. Las comunas son, básicamente, formas de organización social y/o económica. El tema de las comunas lo vinculamos en muchas ocasiones al amor y al sexo libre, pero no es su característica principal. Nuestra historia, como la de cientos de parejas, está basada en el amor y, pese a lo que mucha gente pueda pensar, el resto de detalles mencionados son secundarios o inexistentes. Habrá algunas relaciones poly que sí que se encuentren personalmente más identificadas con este concepto, pero no tiene por qué.

Otro de los estereotipos simpáticos que guardo en el cajón de los estereotipos (valga la redundancia) es el del sexo desenfrenado en las relaciones poly. En el post anterior hablé largo y tendido sobre este estereotipo, para los que queráis leer una perspectiva personal más completa sobre este tema. Me cabrea algo más que se etiquete al poliamor como ‘tendencia sexual’ cuando no tiene nada que ver. El poliamor es simplemente un modelo de relación. Ya está.

Ser liberal, por otra parte, no implica estar en contra de la monogamia. Yo, sin ir más lejos, estoy inmersa en una relación poly pero solo tengo un ‘compañero sentimental’, como lo llaman en los informativos y periódicos. No me siento ni mejor ni peor persona por la relación que mantengo. De hecho, en algunas ocasiones me hace sentir rara, aunque nuestra vida cotidiana es de lo más normal del mundo. Respeto las relaciones de todo el mundo, pero sí que es cierto que hay algunos mitos del amor romántico ( de los que hemos hablado varias veces) que no encajan conmigo. Pero tranquilos, que he vivido toda una vida, como vosotros, pensando que aquello estaba OK, y quizá gracias a eso no me importa comprender ciertas actitudes en el amor que no van conmigo.

Es un mundo lleno de estereotipos, el del sexo y las relaciones. No es de extrañar, puesto que es el ser humano quien no ceja en su empeño de estereotipar absolutamente todo, hasta lo no estereotipable. Y hay cosas que no puedo evitar que me cabreen, evidentemente, y otras simplemente me dan la risa floja. Pero por dios, creo que no es tan difícil entendernos, ¿no?

3 thoughts on “Yo, tú, ella, nosotros

  1. Kenbeo Kenmaro says:

    A ver cómo lo expreso yo sin que suene bizarro

    Que lo vean con los ojos en la mano!!
    Raro y normal no dejan de ser términos estadísticos y el 98% de los «Popes de la normalidad», los adalides de la moralidad y los gurís de la filosofía de mercadillo hablan porque tienen que decir algo, cuando deberían hablar solo porque tienen algo que decir
    La gente tiene una necesidad patológica de etiquetar las cosas, nunca lo he entendido, y menos aún en cuestiones relacionases, afectivas o sentimentales, una relación pertenece únicamente a los partícipes en la misma, nadie puede juzgar, porque nadie conoce la efectiva realidad de la situación, nadie debe juzgar porque no es asunto suyo…
    Si se molestasen en mirar más a la persona y menos a la etiqueta, a sus propios prejuicios quizá, aunque fueran menos normales, serían más felices y dejarían de proyectar sus propios complejos, miedos e inseguridades
    Puedes ser mono, poli, hetero, homo, flexible, curiosa, linealmente independiente, vegana, Zittasexual o Zittasentimental, me da lo mismo, la persona es la misma, y la taxonomía la dejo para Darwin

    Lo bueno de esos juicios y esas (veladas o no) críticas es que le enseñan a uno la verdadera cara de la gente, aunque duele, claro que duele, al menos hasta que haces callo, con el tiempo acaba de ser hasta divertido, porque, como diría Wilde, «me encantan los rumores, me entero de cosas que ni yo mismo sabía que había hecho»

    El que esté libre de pecado que espabile, que se le va a pasar el arroz y aproveche para comprarse un mono si su vida es muy aburrida pero que deje la de los demás en paz

    Y si tan superiores son, aupados a sus púlpitos de moralidad, que sean lo bastante paisanos para firmar las críticas y anonimizar los elogios

    Bueno, ya paro, que cada vez que arranco el amoto….

    1. Mi Alter Ego says:

      Y lo bonito que es simplemente admirar, disfrutar, compartir y aprender, abrir los ojos…
      Las cosas pueden sorprender, es cierto, yo misma reconozco que me quedé un poco en shock cuando lo supe, pero no porque me pareciese mal, si no porque no te cruzas todos los días con gente así. Y cuando digo así, me refiero a gente maravillosa que vive parte de su vida de una manera diferente a la mía. Diferente, ni mejor ni peor.

      Es normal que surjan dudas, preguntas y cuestiones que llamen la atención, creo que la clave es saber trasladar esa curiosidad sin juzgar. Preguntar lo que interese sin caer en el morbo y sobre todo, no dejar nunca de pensar que son personas, como tú y como yo, con sentimientos, emociones, filias y fobias, miedos y complejos con los que luchamos todos los días. Centrémonos en conocer a la persona, no su modo de vida, porque cuando lo haces, descubres que hay gente maravillosa que a veces nos perdemos por ser tan soberanamente gilipollas y prejuzgar algo que no conocemos.

      Yo después de haberles conocido, me considero sumamente afortunada y enriquecida. Siento que he aprendido a ver las cosas de otra manera, a admirar más si cabe a la gente que lucha por lo que quiere y por lo que cree y que en esta vida hemos venido a aprender de los demás, no solo de nosotros mismos.

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